Primera crónica de la apec en mi barrio.
por Júcar Wednesday, Nov. 17, 2004 at 4:27 PM
http://santiago.indymedia.org/news/2004/11/28194.php(.. el martes)
La tristeza no me es reflejo acondicionado ante las socialmente aceptadas tristezas mecánicas. El idealismo, si, me hace llorar. Caminaba al almacén y fuera de él había un afiche hecho a mano con letra de niño pequeño o de anciano. El afiche versaba sobre la apec y la oposición al imperio. Con un dibujo tristísimo que mostraba a un Lagos cuál perro faldero de un tío sam o de un Bush, no recuerdo. Da lo mismo. Compré algo de pan y pretendía oír las noticias, pero la radio no encendió. Antes de que la radio no encendiera vi más afiches. Todos igualmente fotocopiados con el mismo exacto dibujo tristísimo. Contuve el llanto, llegue a casa y -es conocido- pretendí sin suerte encender la radio. Seguía conteniendo la erupción que se veía venir inevitablemente, mientras creí por un minuto que todo era un mal delirio: la apec no existe, es un cúmulo de invenciones que idean para mantenernos dopados, felices en una oposición insustancial, haciendo afiches que se alinean más con el podemos que con la vereda de al frente de la alienación. La apec la inventaron los medios y los contramedios, y el attac no existe y lo componen puros artistas de mierda que tampoco existen.
Caminaba por la calle en un tramo donde la vereda es ausente cuando llegó la nube. Una nube quizás verde o quizás negra. De seguro del color del miedo. Porque aparte de inspirar miedo, lanzan el gas porque ellos mismos temen a toda hora. En específico, nos temen. Y todos empezaron a correr. Y a llorar. Y yo comencé a sangrar por las narices. Unos hermosos encapuchados jugaban con el miedo. Lo tenían en sus manos y lo lanzaban. Yo caminaba impávido ante el miedo y cómplice con la sangre que me brotaba generosa y que se levantaba de la tierra para enfrentarse a los pacos culiaos. Luego seguí caminando y llegué a casa y la radio no encendía.
Cuando caminaba, y veía el afiche que se me reproducía psicópata (acechándome en cada esquina para tumbarme de tristeza infinita), la voz dulce de una escolar responde al cuando nos volvemos a ver de su compañero de curso: Cuando dios quiera. Ahí la ingenuidad del niño pequeño o anciano que hizo el afiche creyendo que el artífice de nuestras miserias es el imperialismo y los estados unidos terminó por vencerme. La confianza en que dios determine el mañana no hizo más que estrechar el nudo que se venía contrayendo en mi garganta a pasos agigantados. Todo está perdido. Y esa es la gracia de nuestra condición: nos queda todo por ganar. No tenemos nada que perder salvo las cadenas.