Cuando todo el mundo creía que el proceso de paz agonizaba el alto comisionado para la Paz, Camilo Gómez, dice que habrá acuerdos para disminuir la guerra.
ACTUALIDAD : NACION
El jueves pasado Camilo Gómez Alzate cumplió un año en el cargo de alto comisionado para la Paz. Y una vez más hace un acto de fe en el proceso de paz. Asegura que ya están cuajando los primeros acuerdos con las Farc, que por fin mostrarían resultados tangibles para la población agobiada de guerra: menos actos violentos, respeto por la población civil, fin de los secuestros y atentados a poblaciones. Parece un sueño difícil de creer porque ha sido tantas veces anunciado.
Reafirma que Castaño es un delincuente común y sin ideología con qué negociar. Y que la justicia nacional e internacional le van a cobrar a él y a sus financiadores su responsabilidad en la barbarie. También anuncia acuerdos cercanos con el ELN. Optimista y satisfecho de lo alcanzado en un año, conversó con SEMANA.
SEMANA: ¿Cuando el Presidente dijo en Noruega que durante su gobierno no se va a pactar la paz era un parte de derrota?
Camilo Gomez: Para nada. El optimismo nunca se ha perdido. La decisión de avanzar se mantendrá hasta el último minuto pero hay que ser realistas. Seguramente al terminar el gobierno tendremos las cosas muy avanzadas pero sabemos que esto es muy complicado.
SEMANA: El candidato Andrés Pastrana no ofreció avanzar en la paz sino hacerla.
C.G.: El Presidente ha hecho por la paz lo que nadie en el país ha hecho. Nadie lo puede poner en duda. Hacer la paz implica recorrer un trecho, subir escalón por escalón, sin saltarse ninguno, y eso es lo que hemos hecho. Hoy la paz en Colombia no tiene reversa.
SEMANA: Pero la opinión pública cree que el proceso se está acabando.
C.G.: El proceso hoy está vivo y tiene futuro. Como nunca en la historia del país estamos cerca de los primeros acuerdos.
SEMANA: ¿Qué acuerdos?
C.G.: Acuerdos sobre el primer punto de la agenda, acuerdos para la disminución del conflicto y firmar pronto el acuerdo humanitario.
SEMANA: Con relación al acuerdo humanitario el gobierno fijó una última posición: la salida de todos los soldados y policías y que el intercambio se hace por una sola vez. Las Farc no están de acuerdo con esto. ¿Cómo superar este escollo?
C.G.: La última propuesta del gobierno busca resolver de una vez por todas este tema porque nos preocupa cada uno de los soldados y policías que están allá. La idea es que salgan libres todos, no sólo unos.
SEMANA: ¿Cuál es la posición de las Farc frente a esta propuesta?
C.G.: Las Farc quieren ir más despacio, no entiendo esa posición ni la comparto. Ellos solo quieren hacer el acuerdo sobre los enfermos. Al gobierno le preocupan mucho los enfermos pero quiere la liberación de todos los soldados y policías. Si a las Farc les preocupan tanto las personas enfermas ya hubieran liberado al coronel Acosta.
SEMANA: ¿Va a haber, sí o no, acuerdo humanitario?
C.G.: Sí. El acuerdo humanitario se va a hacer. Hay plena voluntad del gobierno.
SEMANA: ¿En qué otros puntos de la agenda de negociación se ha avanzado?
C.G.: En el tema económico ya se discutió lo suficiente. Es hora de concretar los acuerdos en lo que tiene que ver con la pequeña, mediana y gran empresa para generar empleos, que irán amarrados a determinaciones sobre la disminución del conflicto.
SEMANA: ¿Qué tan comprometidas están las Farc en la disminución del conflicto?
C.G.: Está firmado en los acuerdos de Los Pozos, en la agenda común y en varios comunicados. Siempre las Farc se han comprometido a que en la medida en que haya negociación hay hechos de paz.
SEMANA: ¿Y esos hechos de paz cuáles son?
C.G.: Hemos insistido en la eliminación del uso de cilindros, la eliminación de las pescas milagrosas, en que no haya más atentados contra la infraestructura y en acabar con el secuestro y la extorsión. Las Farc deben entender que eso es lo que esperan el país y la comunidad internacional.
SEMANA: En el Acuerdo de Los Pozos hubo el compromiso de crear una comisión de notables para que le recomendara a la mesa qué hacer con la disminución del conflicto y el paramilitarismo. ¿Qué pasó con ésta?
C.G.: El gobierno está listo y en la mesa discutimos sus funciones y su composición. Estamos cumpliendo.
SEMANA: Pero Raúl Reyes piensa lo contrario.
C.G.: Esa apreciación es equivocada y se contradice con el trabajo de la propia mesa de negociación.
SEMANA: Para Marulanda todos estos acuerdos están sujetos al intercambio humanitario.
C.G.: Ese acuerdo humanitario no es el eje del proceso.
SEMANA: Sigue en el terreno de los anuncios y la opinión pública espera resultados.
C.G.: El país va a tener resultados más pronto de lo que se espera.
SEMANA: ¿Qué tanto puede afectar la negociación de paz la campaña electoral?
C.G.: Ante todo la paz es política de Estado. Espero que los candidatos actúen con responsabilidad y altruismo. No se puede jugar con la paz ni jugar a hacer la guerra.
SEMANA: ¿Que pasó con la discusión del cese al fuego?
C.G.: Llevamos más de cinco sesiones de discusión. Para todo el país este es uno de los ejes centrales del proceso pero la gente tiene que entender que el tema es delicado, entre otras cosas el cese al fuego no puede servir para un fortalecimiento militar de las Farc.
SEMANA: Tras dos semanas en Europa, ¿cuál es la visión de la comunidad internacional frente al proceso con las Farc?
C.G.: Europa no tolera la violación del Derecho Internacional Humanitario, ni el secuestro ni otras atrocidades. Apoya el proceso con las Farc, tiene confianza pero espera resultados. Hoy el proceso está acompañado por 10 países y esto significa una gran responsabilidad para el Estado y para la guerilla.
SEMANA: Del Caguán vamos al sur de Bolívar. La impresión que existe es que el proceso de paz con el ELN está tan enredado como el de las Farc.
C.G.: Siempre hemos mantenido contactos con el comando central del ELN y buscamos las fórmulas para desempantanar la situación actual. Tengo fe en que llegaremos a un acuerdo pronto.
SEMANA: Pero a diferencia del Caguán, en el sur de Bolívar está Carlos Castaño.
C.G.: La presencia de las autodefensas no es tan poderosa como para torpedear un proceso de paz.
SEMANA: ¿Entonces por qué no se han podido despejar los dos municipios del sur del Bolívar para la zona de encuentro?
C.G.: El gobierno había fijado fecha para decretar la zona pero el ELN congeló las conversaciones. Castaño ha sido una interferencia pero la soberanía del Estado se ejerce y Castaño no la va a maltratar. Así mismo, el ELN tiene que jugársela mucho más para avanzar.
SEMANA: Hay una confrontación abierta entre usted y Carlos Castaño. ¿Por qué?
C.G.: Todos esos delincuentes siempre se enfrentan a quienes defendemos la institucionalidad y a los ciudadanos de bien.
SEMANA: ¿Eso significa que este gobierno nunca se va a sentar a negociar con Castaño?
C.G.: Vuelvo y lo repito. Con Castaño no hay ideología que discutir, y por tanto no hay posibilidad alguna de negociación política.
SEMANA: Castaño dijo que lo quería secuestrar para cantarle la tabla.
C.G.: La justicia colombiana e internacional es la que le va a cantar la tabla por la barbarie que a diario comete. No sólo a él sino también a quienes detrás de Castaño financian la muerte.
SEMANA: ¿Se siente frustrado después de un año de negociaciones sin resultados visibles?
C.G.: Para nada. Ha habido grandes dificultades, hemos estado a punto de acabar el proceso pero también ha habido logros importantes que han servido para consolidarlo. Para mí ha sido el trabajo más enriquecedor que he tenido.
SEMANA: Hay quienes dicen que hoy sus relaciones con los militares no son las mejores. ¿Eso es verdad?
C.G.: En un tema como el de la paz siempre hay opiniones que son diferentes. Pero he mantenido un buen nivel de comunicación y tenemos conversaciones muy sinceras y abiertas. No vivimos una luna de miel pero las relaciones son buenas.
SEMANA: ¿Es cierto que estará en una terna para reemplazar al Fiscal?
C.G.: Desde que empecé hay gente que le gustaría sacarme del puesto. Además mi pase es del Presidente.
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p>Alfredo Rangel, analista político y columnista del diario El Tiempo, presenta apartes de su libro Guerra Insurgente, donde analiza desde la coyuntura del conflicto armado colombiano las diferentes formas de la teoría de la negociación dentro de un ...
Por Alfredo Rangel SuárezACTUALIDAD: NACION
(Guerra Insurgente, Intermedio Editores, Bogotá, abril de 2001 )
No siempre una guerra insurgente termina con la derrota absoluta de uno de los dos bandos que signifique o la toma del poder absoluto por parte de la guerilla o la victoria del Estado y la permanencia del statu quo. En muchos casos la imposibilidad de una victoria clara de una de las dos partes obliga a realizar una negociación para dar por terminada la confrontación.
En términos generales, para la teoría de la negociación las guerras empiezan porque ambas partes tienen valores que excluyen del espacio de una posible negociación. En efecto, en la mayoría de los casos, las guerras empiezan porque una de las partes demanda más de lo que la otra parte está dispuesta a conceder, ambas tienen términos de eventuales acuerdos que en principio son incompatibles y cada bando espera satisfacer estos términos a través de la guerra, de la que espera al final mejores resultados que cediendo ante las exigencias de su oponente. Estas exigencias pueden variar desde el mantenimiento absoluto del statu quo hasta una rendición incondicional, aún cuando ni el uno ni el otro necesariamente deben ser explícitos. Este planteamiento general que H.E. Goemans hace para la guerra entre naciones y lo utiliza para analizar el fin de la Primera Guerra Mundial, bien puede ser aplicado también a los casos de guerras insurgentes.
Antes del comienzo de la guerra, las partes tienen inmensas expectativas en torno a la utilidad de la confrontación, las cuales rebasan en mucho las que le asignan a un posible acuerdo que evite el enfrentamiento . En el caso de la insurgencia, en muchos casos la creencia de estar del lado del progreso histórico, de vislumbrar el triunfo del socialismo como un destino ineluctable de la humanidad y de sentirse, en tanto individuos organizados, como los ejecutores de esa misión, ha sido un factor ideológico que, a pesar de la precariedad de sus medios al inicio de la confrontación, los ha sostenido en su empeño de iniciar y ganar una lucha armada contra el Estado. Las victorias alcanzadas por grupos insurgentes en otros países ha sido también un elemento que les ha incrementado sus expectativas en el inicio de las hostilidades y los ha hecho rechazar en los inicios cualquier posibilidad de acuerdo.
Pero las partes en guerra están de manera permanente frente a dos opciones : continuar el combate o llegar a un acuerdo. En cada momento deben sopesar las consecuencias de cada opción. La de continuar la guerra incluye la evaluación de los costos adicionales frente a los potencialmente mejores o peores términos de un arreglo ulterior . Un acuerdo podría dejarlo potencialmente indefenso en una eventual próxima ronda de confrontaciones y tener importantes consecuencias en la política interna.
Este aspecto es supremamente crítico para cualquier grupo insurgente. Por lo general, un acuerdo con el Estado que incluye el desarme y la desmovilización de la insurgencia, significa su desaparición como grupo armado y la virtual imposibilidad de reanudar en el futuro la lucha armada, en caso de que el resultado del desarrollo de los acuerdos no sea totalmente satisfactorio. En este caso los dirigentes no podrán evitar el desprestigio y desaparecerá su autoridad para aglutinar y movilizar nuevamente a sus seguidores.
Para que la guerra termine no por medio de un triunfo definitivo y absoluto de una parte sobre la otra que obligue a su capitulación, sino por medio de una negociación, al menos para una de las partes las expectativas sobre la continuación de la guerra y sobre la posibilidad de un acuerdo deben cambiar: la guerra debe ser menos atractiva o más atractivo el acuerdo. En términos de la negociación, una condición indispensable es que el espacio de la negociación se abra. Para esto es necesario que las expectativas de la ganancia de un acuerdo se incrementen en relación con la expectativas de la utilidad de continuar el combate. Las expectativas de utilidad del combate cambian cuando esa parte cambia sus estimativos de sus probabilidades de victoria y de los costos esperados de la guerra.
Al comienzo de una confrontación, cada parte tiende a exagerar su propia fuerza. En el caso de una guerra insurgente, el Estado cuenta con la absoluta superioridad material y, en algunos casos, con su propia legitimidad política; la insurgencia, no obstante su debilidad inicial, cree contar con la superioridad moral al estar combatiendo contra una situación de injusticia o de tiranía y, además, confía en que la evolución del conflicto le permitirá ganar el apoyo popular para realizar los designios de la historia. Sin embargo, los eventos de la guerra le proveerán a los beligerantes la mejor y más directa información para estimar su fuerza relativa y evaluar los costos de la guerra.
Frente a esta situación, entonces, modificarán los términos mínimos para un acuerdo, o para la conducción de la guerra. Obviamente este aprendizaje puede ser más lento o más rápido en función de la velocidad que adquieran los acontecimientos bélicos y políticos, pero también de la perspicacia de quienes están al frente de cada uno de los dos bandos. Por ello, los tiempos en las guerras insurgentes son tan variables e indeterminables.
Vista en términos muy amplios, toda guerra es un proceso de negociación. Aun cuando una parte puede optar en cualquier momento por negociar sin luchar, si ella sigue combatiendo es porque considera que la confrontación es una forma de influir sobre el resultado de las negociaciones. De esta forma, cada parte trata de obtener para sí los valores que la otra parte se reserva y que no quiere ceder. Estos valores reservados son un importante concepto en la literatura de la negociación. En una guerra insurgente estos valores están relacionados con las motivaciones aparentes que incitan a la rebelión, una situación de despotismo y falta de democracia, la opresión nacional, diferencias étnicas o religiosas, una situación de gran penuria económica o de insoportable inequidad social.
Para que se abra paso un acuerdo político, la última línea de negociación de cada una de las partes debe moverse. Las demandas mínimas de ambas partes deben volverse compatibles para poder crear un espacio de negociación. Los términos mínimos para un acuerdo es el mínimo que se prefiere a la continuación del conflicto. Las guerras terminan cuando para ambas partes la ganancia esperada de continuar el conflicto es menor que la ganancia esperada del acuerdo. Pero para que la línea de la negociación se mueva, las partes deben disponer de una nueva información que antes de la confrontación no tenían y está referida a la evaluación de la fuerza relativa de la que dispone cada una para alcanzar las metas que están buscando. Esta nueva información es provista por el choque de las fuerzas, y esta confrontación es la que hace posible cambiar la propia evaluación y la del contrario y abrir paso a un espacio de negociación para llegar a un acuerdo que termine el enfrentamiento.
La teoría del aprendizaje racional plantea que las partes son maximizadoras de las ganancias esperadas. Lo hacen calculando cada ganancia de cada posible resultado estimando la probabilidad de que este resultado ocurra y restando los costos esperados de la guerra. Esto permite deducir que una guerra continuará desarrollándose mientras el máximo que una parte esté dispuesta a ceder sea menor que lo que la otra piensa conseguir en la guerra, deducidos los costos que deba asumir en la confrontación. Según Goemans, lo que cada parte está dispuesta a ceder y lo que la otra demanda depende de la estimación que cada una haga de su fuerza relativa, la resolución y los costos esperados de la guerra.
La fuerza relativa depende de un grupo de factores, incluida la calidad de sus líderes, tropas, equipos, moral, tecnología, estrategia, táctica y logística. La resolución es determinada por el valor que se le asignen a los asuntos que se apuestan o que están en juego. Los costos esperados dependen de la creencia en la fuerza relativa, la resolución relativa, factores estructurales como el balance ofensiva-defensiva, y aleatorios como el clima. La interacción estratégica entre las partes permite medir su fuerza y resolución relativa y las de su adversario, sobre la base de sus acciones y desempeños. Esta interacción les va diciendo cosas sobre el resultado final que ellos no podían saber antes de la guerra. Una de las dos partes tiene que descubrir que sus cálculos eran errados. Las dos partes ajustan sus estimativos hasta llegar a estar de acuerdo sobre ellos. De esta manera, los cambios en la valoración de los tres factores, fuerza, resolución y costos de la guerra, dirigen los cambios en las metas durante la confrontación..
Si una parte descubre que es más fuerte de lo que pensaba, estimará que puede continuar la confrontación incrementando un mínimo el costo de la guerra. Sus demandas mínimas se aumentarán. Si, por el contrario, descubre que es más débil de lo que estimaba, se inclinará a desistir de la confrontación y sus demandas mínimas y sus propósitos de guerra disminuirán. Cuando el beligerante aprende que su oponente es más resuelto, bajará sus propósitos de guerra. Si ve que esa resolución es más baja, que la estimada previamente, incrementará sus metas de guerra. La resolución puede medirse por la fuerza que movilice en campo de batalla, es el monto total de recursos que una parte está dispuesta a consumir por el asunto en disputa. Entre más alta es la resolución y su disposición a sufrir, más alta es la ganancia esperada en el combate. En sus comienzos, es frecuente que la aparición de la insurgencia sea subestimada por el Estado pues, dada su debilidad, no la considerará como un enemigo significativo, y esto lo lleve a combatirla sin mucha resolución, lo cual incrementa las expectativas de los insurgentes. El comportamiento ulterior del Estado cambiará o no esta percepción de la insurgencia.
Cuando una parte aprende que el costo de la guerra será más bajo que el estimado previamente, la ganancia esperada por continuar el conflicto se aumentará. Si espera la misma probabilidad de victoria, pero ahora a un precio más bajo, pensará que lo que puede lograr continuando el conflicto, menos el costo de la guerra podría incrementarse. Sus metas de guerra se aumentarán. Si los costos estimados resultan ser mayores, reducirá sus propósitos de guerra.
En suma, una parte disminuirá sus objetivos bélicos cuando disminuye su estimación de su fuerza relativa, aumenta la estimación de la resolución de su oponente y aumenta su cálculo de los costos de la guerra. El desarrollo de la confrontación no sólo le revela a cada parte nueva información sobre sus posibilidades sino que vuelve pública esta información. Sin embargo, no hay que olvidar que el impacto de esta nueva información sobre las expectativas de cada parte no es automático ni mucho menos inmediato, en primer lugar porque cada una mantiene información reservada en forma de sus planes, estrategias, nuevas armas, etc., y en segundo lugar, porque cada bando tendrá indicadores diferentes para medir su propio desempeño y el de su adversario, lo cual hará que sobre los mismos hechos las evaluaciones y las conclusiones sobre las posibilidades de victoria de cada parte puedan ser diferentes.
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