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Date: Wed, 17 Apr 2002
Petropolitica Global

Petropolítica global: implicaciones del plan
energético de Bush en el extranjero 
Michael T. Klare

Estados Unidos no puede incrementar en 50 por ciento
su consumo de petróleo extranjero, como prevé el nuevo
plan energético de George W. Bush, sin inmiscuirse en
los asuntos políticos, económicos y militares de los
Estados de los cuales se espera que fluya ese
petróleo. Esta injerencia puede adoptar formas
diplomáticas y financieras en la mayoría de los casos,
pero a menudo también requerirá acción militar 
La propuesta de Plan Nacional de Energía (PNE) que el
presidente George W. Bush dio a conocer el 17 de mayo
de 2001 se elaboró con un objetivo global en mente:
incrementar la oferta agregada de energía para la
nación: "Los objetivos de esta estrategia son claros:
asegurar una oferta continua y económica accesible a
los hogares, empresas e industrias estadounidenses",
afirmó Bush. Sin un incremento sustancial en las
reservas de energía, advirtió, Estados Unidos podría
enfrentar una amenaza significativa a su seguridad
nacional y a su bienestar económico. 
La necesidad percibida de un incremento sustancial en
las reservas de energía llevó a Bush a proponer dos
pasos que han suscitado considerable controversia en
Estados Unidos: la extracción de petróleo del Refugio
Nacional Artico de la Vida Silvestre (ANWR, por sus
siglas en inglés), y un relajamiento de la supervisión
gubernamental de los mejoramientos que se realicen a
la infraestructura energética. El primero, por
supuesto, despertó oposición a causa del riesgo de que
se cause un daño ambiental mayúsculo a la zona de
naturaleza prístina; el segundo, por las muy
difundidas sospechas de que el gobierno respalda ese
relajamiento en deferencia a figuras poderosas de las
industrias del petróleo, el gas y el carbón, muchas de
las cuales, entre ellas el ex presidente de Enron,
Kenneth Lay, contribuyeron con fuertes sumas a la
campaña de Bush. Ambas preocupaciones han ayudado a
enfocar la opinión pública en la cuestión energética y
a propiciar el debate en el Congreso sobre aspectos
claves de política interior en el plan del gobierno.
Sin embargo, también han desviado la atención de otro
aspecto crítico del Plan Nacional de Energía: una
creciente dependencia de energéticos importados para
compensar las inadecuadas reservas nacionales. 
AMENAZA A LA SEGURIDAD NACIONAL Estados Unidos tiene
la gran fortuna, entre las principales potencias
industriales, de poder atender buena parte de sus
necesidades energéticas con fuentes propias. Según el
Departamento de Energía, la producción energética
nacional de 72 mil 800 billones de unidades térmicas
británicas (BTU) representó 73 por ciento del consumo
energético total del país en 2000. Además, al extraer
petróleo de la ANWR y aumentar el uso del carbón y la
energía nuclear, Estados Unidos puede elevar la
producción nacional en otros 18 mil billones en los
próximos 20 años, a 90 mil 700 billones. Pero el
problema es éste: el consumo se eleva a mayor ritmo
que la producción, por lo que el país tendrá que
satisfacer con importaciones una proporción creciente
de sus necesidades energéticas totales.1 Esta
dependencia es particularmente aguda en el caso del
petróleo, que representa 35 por ciento del consumo
estadounidense de energía y es absolutamente
indispensable para el transporte terrestre y aéreo. Al
momento actual, Estados Unidos recibe alrededor de 53
por ciento de sus requisitos energéticos de fuentes
extranjeras, y para 2020 se prevé que esa cifra se
elevará a 62 por ciento. En términos prácticos, esto
significa elevar el consumo de petróleo importado en
50 por ciento, de 24.4 a 37.1 millones de barriles
(mdb) por día. Sin estas importaciones adicionales, al
país le resultaría difícil en extremo sostener el
crecimiento económico y alimentar su inmensa flota de
automóviles, camiones, autobuses y aviones.
El gobierno de Bush ha caracterizado explícitamente
esta dependencia como una amenaza a la seguridad
nacional. "Si seguimos el curso actual", advierte el
PNE, "de aquí a 20 años Estados Unidos importará casi
dos de cada tres barriles de petróleo, y dependerá
cada vez más de potencias extranjeras que no siempre
toman en cuenta los intereses estadounidenses". Para
disminuir esta dependencia, el gobierno se propone
explotar toda fuente concebible de energía, incluso la
ANWR y otras reservas naturales protegidas. También se
pondrá cada vez mayor énfasis en la conservación y el
desarrollo de sistemas alternativos, entre ellos los
basados en energía eólica y solar. Pero en última
instancia el proyecto de Bush cuenta con que las
importaciones proporcionarán buena parte de la energía
adicional que el país requerirá en los años por venir.
De hecho, el PNE demanda que los estrategas del
gobierno dediquen tanto esfuerzo a garantizar
suministros adicionales de energía del extranjero como
a incrementar la producción doméstica. 
En una lectura superficial del PNE no resulta evidente
de inmediato hasta qué punto se apoya en la
adquisición incrementada de energía del exterior. Sólo
hacia el final del informe, en el último capítulo, se
vuelve clara la significación de los suministros
extranjeros. Sin especificar en realidad la cantidad
de energía importada adicional que se requerirá
-alrededor de 15 mil 400 billones de BTU de aquí a
2020, cantidad equivalente a la energía que generarán
todas las plantas nucleares y sistemas hidroeléctricos
de Estados Unidos-, el informe delinea una detallada
estrategia para procurar esas aportaciones con
productores de todo el mundo. 
La creciente dependencia de fuentes petroleras del
exterior es la historia no contada más significativa
que surge de la revelación de los planes energéticos
del gobierno. Para obtener toda la energía adicional
que será necesaria, Estados Unidos tendrá que gastar
aproximadamente 2.5 billones de dólares en petróleo
importado de aquí a 2020 -suponiendo que los precios
se mantengan en su actual nivel moderado- más una suma
comparable en gas natural. Para garantizar que estas
reservas estén disponibles, las empresas
estadounidenses tendrán que trabajar conjuntamente con
los productores extranjeros para incrementar de manera
sustancial la producción anual. Y como muchos de estos
productores están ubicados en zonas de conflicto e
inestabilidad, el gobierno tendrá que brindarles apoyo
en materia de seguridad, que en algunos casos puede
implicar el despliegue de fuerzas de combate
estadounidenses. 
La acuciante necesidad de más y más reservas de
energía importada tendrá un efecto profundo y duradero
en la política exterior estadounidense. No sólo deben
los funcionarios asegurar el acceso a esas reservas
del exterior; también deben dar pasos para que las
entregas a Estados Unidos no se vean impedidas por
guerras, revoluciones o desórdenes civiles. Estos
imperativos gobernarán la política del país hacia
todas las regiones de importancia en cuanto a
suministro energético, en particular el golfo Pérsico,
la cuenca del mar Caspio, Africa y América Latina. 
ATADO AL GOLFO PÉRSICO El golfo Pérsico ha sido y
seguirá siendo una zona de interés prioritario para la
política exterior estadounidense porque allí se
encuentra el principal depósito mundial de petróleo no
explotado. 
Según BP Amoco, los principales proveedores del Golfo
poseen unos 675 mil millones de barriles de petróleo,
es decir, dos terceras partes de las reservas
conocidas del planeta. Los países de la zona son
también los principales productores sobre una base
diaria; en 1999 representaron en conjunto unos 21
millones de barriles, 30 por ciento de la producción
mundial de ese año.2 Y como el Golfo representa tan
alta proporción de la producción global, son estos
países los que determinan el precio global de los
productos petroleros. 
Si bien Estados Unidos obtiene del golfo Pérsico sólo
18 por ciento de sus importaciones petroleras, tiene
un significativo interés estratégico en la estabilidad
de la producción de la zona porque sus principales
aliados -en particular Japón y las naciones de Europa
occidental- se apoyan en las importaciones de la
región y porque el alto volumen de exportación del
Golfo ha contribuido a mantener relativamente bajos
los precios mundiales, lo cual beneficia a la economía
estadounidense. Además, al reducirse la producción
doméstica, Estados Unidos será cada vez más
dependiente de las importaciones del Golfo. En
consecuencia, el PNE declara que esa región "seguirá
siendo vital para los intereses de Estados Unidos". 
Por supuesto, el país ha tenido un papel relevante en
los asuntos del Pérsico desde la Segunda Guerra
Mundial. Cuando ese conflicto llegó a su fin, el
presidente Franklin D. Roosevelt firmó un acuerdo con
el rey de Arabia Saudita, Abdul-Aziz ibn Saud,
conforme al cual Estados Unidos se comprometía a
proteger a la familia real de sus enemigos internos y
externos a cambio de acceso privilegiado al petróleo
saudita. En fechas posteriores, Estados Unidos también
acordó proporcionar apoyo en materia de seguridad al
sha de Irán y a los líderes de Kuwait, Bahrein y los
Emiratos Arabes Unidos (EAU). Estos acuerdos han
conducido a la entrega de grandes cantidades de
armamento y municiones estadounidenses a los países
del golfo Pérsico y, en algunos casos, al destacamento
de fuerzas estadounidenses de combate. (El vínculo de
seguridad entre Estados Unidos e Irán se rompió en
1980, cuando el sha fue depuesto por fuerzas islámicas
militantes.) La política de Washington en cuanto a la
protección de las reservas energéticas del Pérsico es
inequívoca: cuando surge una amenaza, Estados Unidos
echa mano de cualquier recurso, inclusive la fuerza
militar, para garantizar el flujo continuo de
petróleo. El primer presidente que hizo explícito este
principio fue James Carter en enero de 1980, a raíz de
la invasión soviética de Afganistán y la caída del
sha, y ha permanecido desde entonces como política del
país. 
Conforme a la doctrina Carter, Estados Unidos ha
recurrido a la fuerza en varias ocasiones: primero, en
1987-1988 para proteger los buques cisternas kuwaitíes
de los misiles y las embarcaciones artilladas iraníes
durante la guerra Irán-Irak, y luego en 1990- 1991,
para expulsar de Kuwait a las fuerzas iraquíes (la
operación Tormenta del desierto). Hoy la doctrina
Carter es tan vital como siempre. Entre 1991 y 2001 el
Departamento de Defensa realizó una importante
expansión de las capacidades militares estadounidenses
en el golfo Pérsico, desplegando fuerzas aéreas y
navales adicionales en la región y "preposicionando"
armas y municiones para crear una poderosa fuerza
terrestre.3 Estas capacidades se pusieron en juego
durante la ofensiva estadounidense contra las fuerzas
de Al Qaeda en Afganistán y en operaciones conexas en
el Pérsico en otoño de 2001, aunque los saudiárabes
impusieron ciertas restricciones al uso de bases
aéreas estadounidenses en su territorio. Asimismo
Estados Unidos prosiguió sus ventas de armamento
moderno por miles de millones de dólares a sus
regímenes aliados de la zona, entre ellos Kuwait,
Arabia Saudita y los EAU. Como protección adicional
contra una interrupción del flujo petrolero, el
presidente Bush advirtió al gobierno iraquí que habría
graves consecuencias si intentaba aprovecharse de
cualquier situación de inestabilidad en la zona que
desembocara en acciones terroristas. 
A estas alturas parece que las amenazas tanto de Al
Qaeda como de Irak han quedado circunscritas, y que
las entregas de petróleo del Pérsico están
relativamente a salvo de perturbaciones. Pero, mirando
hacia el futuro, los que toman decisiones políticas en
Estados Unidos enfrentan dos desafíos cruciales:
garantizar que Arabia Saudita y otros productores de
la región incrementen la producción en la proporción
requerida por las crecientes demandas estadounidenses
(e internacionales), y proteger a Arabia Saudita de
desórdenes internos. 
La necesidad de aumentar la producción saudita es
particularmente aguda. Arabia Saudita, que cuenta con
la cuarta parte de las reservas mundiales conocidas de
petróleo (unos 265 mil millones de barriles), es el
único país con capacidad para satisfacer los
requerimientos estadounidenses e internacionales.
Según el Departamento de Energía, la producción neta
de petróleo saudiárabe debe duplicarse en los próximos
20 años, de 11.4 millones de barriles diarios a 23.1
millones, para satisfacer las demandas anticipadas del
mundo.4 Sin embargo, expandir esta capacidad en 11.7
millones de barriles diarios -equivalentes a la
producción total anual de Estados Unidos y Canadá-
costará miles de millones de dólares y creará enormes
retos técnicos y logísticos. La mejor manera de lograr
este incremento, según analistas de Estados Unidos, es
convencer a Arabia Saudita de abrir su sector
petrolero a inversiones sustanciales de las compañías
petroleras de aquel país. Y, conforme al plan
energético del gobierno, eso es lo que se propone
hacer el presidente; sin embargo, todo esfuerzo de
Washington por presionar a Riad para que permita mayor
inversión estadounidense en el reino encontrará sin
duda resistencia significativa de la familia real, que
nacionalizó todas las existencias estadounidenses de
petróleo en el decenio de 1970. 
El gobierno encara otro problema en Arabia Saudita:
las prolongadas relaciones en asuntos de seguridad con
el régimen saudiárabe se han convertido en una fuente
importante de tensión en el país, y son cada vez más
los jóvenes sauditas que se vuelven contra Washington
por sus estrechos vínculos con Israel y por lo que
perciben como predisposición contra el Islam. En este
medio antiestadounidense reclutó Osama Bin Laden a
muchos de sus seguidores y obtuvo buena parte de su
apoyo financiero a fines del decenio de 1990. Después
del 11 de septiembre, el gobierno saudita desmanteló
algunas de estas fuerzas, pero la arraigada oposición
a la cooperación militar y económica del régimen con
Washington sigue siendo intensa. Encontrar una forma
de desactivar esta oposición mientras se persuade a
Riad de incrementar sus entregas de petróleo a Estados
Unidos será uno de los desafíos más difíciles que
enfrentarán los estrategas de Washington en años
venideros. 
También tendrán que prestar estrecha atención a Irán e
Irak, segundo y tercer principales productores de
petróleo en el Pérsico. Si bien actualmente ambos
países están excluidos de la inversión de compañías
petroleras de Estados Unidos por su apoyo al
terrorismo y su supuesto propósito de producir armas
nucleares, un cambio futuro en su estatus político
permitiría una participación estadounidense en el
desarrollo de sus cuantiosas reservas de crudo, lo
cual sería sin duda muy agradable para las empresas
del país norteamericano. Sin duda Washington seguirá
buscando que surjan gobiernos amigables y cooperativos
en Bagdad y Teherán, y si esos esfuerzos fallan, está
preparado para contrarrestar con todo el peso de su
poderío militar cualquier acción agresiva que pudieran
intentar. 
GEOPOLITICA ENERGÉTICA EN LA CUENCA DEL MAR CASPIO Si
bien Estados Unidos seguirá dependiendo del petróleo
del Pérsico porque allí es donde está la mayoría de
las reservas no explotadas del globo, también deseará
reducir al mínimo posible esa dependencia mediante la
diversificación de fuentes de energía importada. "La
diversidad es importante, no sólo por la seguridad
energética sino también por la seguridad nacional",
declaró el presidente Bush el 7 de mayo de 2001. "La
dependencia excesiva de cualquier fuente de energía,
sobre todo del extranjero, nos hace vulnerables a
alzas súbitas de precios, interrupciones de
suministros y, en el peor de los casos, al chantaje."
Para evitarlo, el plan energético del gobierno demanda
realizar un esfuerzo sustancial para incrementar la
producción en muchas partes del mundo. 
Entre las zonas que recibirán atención particular de
Estados Unidos se encuentra la cuenca del mar Caspio,
es decir, la región que comprende Azerbaiján,
Kazajstán, Turkmenistán y Uzbekistán, junto con áreas
adyacentes de Irán y Rusia. Según el Departamento de
Energía, la cuenca del Caspio contiene reservas
probadas de entre 17.5 y 34 mil millones de barriles,
y reservas posibles de 235 mil millones, cantidad que
de ser confirmada la convertiría en el segundo
depósito mundial de reservas no explotadas, después
del golfo Pérsico.5 Para asegurarse de que buena parte
de este petróleo fluirá con el tiempo hacia los
consumidores occidentales, Estados Unidos ha hecho un
ingente esfuerzo por desarrollar la infraestructura y
sistemas de distribución de petróleo en la zona. (Como
el mar Caspio está rodeado de tierra, el petróleo y el
gas natural de la región deben viajar por ductos a
otras zonas; por lo tanto, cualquier intento de
acceder a sus vastas reservas de energía implica la
construcción de líneas para exportación a larga
distancia.) Los primeros intentos estadounidenses de
tener acceso a las reservas del Caspio se llevaron a
cabo en tiempos del presidente Clinton, porque hasta
entonces los estados de la región (excepto Irán)
formaban parte de la Unión Soviética, y el acceso
exterior a sus fuentes de energía estaba severamente
restringido. Una vez que esos estados se volvieron
independientes, Washington emprendió una intensa
campaña diplomática para que abrieran sus campos a la
inversión de empresas petroleras occidentales y
permitieran la construcción de nuevos ductos para
exportación. El propio Clinton desempeñó un papel
clave en este esfuerzo, con repetidas llamadas
telefónicas a los líderes de esos países e
invitaciones periódicas a visitarlo en la Casa Blanca.
Estos esfuerzos eran esenciales, dijo Clinton en 1997
al presidente azerbaijano Heyder Aliyev, para
"diversificar nuestra provisión de energía y
fortalecer nuestra seguridad nacional". 
El principal objetivo del gobierno de Clinton durante
ese periodo fue asegurar la aprobación de nuevas rutas
de exportación del Caspio hacia los mercados de
Occidente. Como el gobierno no deseaba que el petróleo
fluyera a través de Rusia en su ruta a Europa
occidental (pues ello daría a Moscú cierto grado de
control sobre las reservas energéticas occidentales),
y como el transporte a través de Irán estaba prohibido
por Estados Unidos (por razones ya citadas), el
presidente Clinton dio su respaldo a un plan orientado
a transportar petróleo y gas de Baku, en Afganistán, a
Coyhan, en Turquía, vía Tiflis, en la ex república
soviética de Georgia. Antes de dejar el cargo, Clinton
voló a Turquía para presidir la firma de un acuerdo
regional que permite la construcción del ducto
Baku-Tiflis-Coyhan (BTC), con un costo de 3 mil
millones de dólares. 
Con base en los esfuerzos del presidente Clinton, el
gobierno de Bush planea acelerar la expansión de las
instalaciones de producción y los ductos del Caspio.
"Las inversiones y la tecnología extranjeras son
cruciales para el rápido desarrollo de nuevas rutas de
exportación comercialmente viables", afirma el PNE.
"Ese desarrollo permitirá que la creciente producción
petrolera del Caspio se integre efectivamente al
mercado mundial del petróleo." Se pondrá especial
énfasis en completar el ducto BTC y en incrementar la
participación de compañías de Estados Unidos en los
proyectos energéticos del Caspio. Con miras más a
futuro, el gobierno también espera construir un ducto
de petróleo y gas en la costa oriental del Caspio
hasta Baku, en la costa occidental, para incrementar
la energía que fluya del ducto BTC. 
Hasta el 11 de septiembre, el involucramiento
estadounidense en la cuenca del Caspio y en Asia
central se había restringido a los esfuerzos
económicos y diplomáticos, acompañados por algunos
acuerdos de ayuda militar. Después de esa fecha, para
combatir a los talibanes y a Al Qaeda en Afganistán,
el Departamento de Defensa estableció bases militares
en Tadjikistán y Uzbekistán. Si bien consideradas en
principio instalaciones temporales, para apoyar a las
tropas estadounidenses enviadas a la guerra afgana,
esas bases podrían constituir el arranque de una
presencia militar permanente de Estados Unidos en la
zona del Caspio. Aunque nada se ha dicho públicamente
de ello en Washington, esa presencia sería consistente
con los acontecimientos en el golfo Pérsico, donde los
esfuerzos estadounidenses por proteger el flujo de
petróleo han conducido a una expansión de la
infraestructura militar de ese país. 
Sea que las bases estadounidenses en Tadjikistán y
Turkmenistán adquieran estatus permanente o no, es un
hecho que Washington buscará aumentar su capacidad de
emplear la fuerza militar en la zona. El Cáucaso y
Asia central no son más estables que el golfo Pérsico,
y ningún caso tiene desarrollar el mar Caspio como
fuente alternativa de energía si no se puede
garantizar el flujo del petróleo y el gas que
produzca. Reconociendo la amenaza potencial a las
reservas energéticas de la región, el Departamento de
Defensa ha conducido una serie de ejercicios militares
con las fuerzas de Kazajstán, Kirgistán y Uzbekistán
(los ejercicios anuales Centrazbat) y firmado acuerdos
de cooperación militar con otros estados de la zona. 
Estos vínculos se han fortalecido a partir del 11 de
septiembre.6 HACIA AFRICA...
Si bien los Estados de Africa apenas representaron 10
por ciento de la producción petrolera del globo en
1999, el Departamento de Energía predice que su
participación se elevará a 13 por ciento para 2020, y
aportarán en el proceso otros 8.3 millones de barriles
a las reservas globales.7 Para Washington es una
estupenda noticia: "Se espera que Africa Occidental
sea una de las fuentes de más rápido crecimiento de
petróleo y gas para los mercados norteamericanos",
informó el gobierno en 2001. Además "el petróleo
africano tiende a ser de gran calidad y bajo en
azufre", por lo cual es especialmente atractivo para
las refinerías estadunidenses. 
El gobierno de Bush prevé concentrar sus esfuerzos en
dos países, Nigeria y Angola. Nigeria produce en la
actualidad unos 2.2 millones de barriles, y se espera
que duplique su producción hacia 2020, cuando buena
parte de ese petróleo irá hacia Estados Unidos.
Nigeria, sin embargo, carece de recursos para
financiar esta expansión, y la legislación vigente
(por no mencionar la muy extendida corrupción)
desalienta la inversión extranjera. Por tanto, el PNE
señala que los secretarios de Energía, de Comercio y
de Estado deben trabajar con los funcionarios
nigerianos "para mejorar el clima hacia el comercio,
la inversión y las operaciones con la industria
estadounidense del petróleo y el gas". Sin embargo, al
trabajar tan de cerca con el gobierno nigeriano,
Washington se arriesga a asociarse con un régimen que
ha recibido críticas de todas partes por persistentes
violaciones a los derechos humanos. 
Un cuadro similar se encuentra en Angola. Allí también
Estados Unidos busca expandir significativamente la
producción petrolera, que ahora se estima en unos 750
mil barriles por día. 
Varias empresas estadounidenses de energía han
empezado a hacer exploraciones petroleras en zonas de
mar profundo de la costa angoleña en el Atlántico, y
los primeros indicios muestran que contienen
significativas reservas de crudo. Pero una vez más, la
participación estadounidense en la industria petrolera
angoleña conduciría a asociarse con un régimen al que
se atribuyen monumentales violaciones a los derechos
humanos. 
Si bien es un hecho que crecerá la participación
estadounidense en el desarrollo energético africano,
no es probable que venga acompañada -como en las zonas
del Pérsico y el Caspio- de una presencia militar
directa, pues, cualquiera que fuese la forma en que se
presentara al público, conjuraría imágenes de
colonialismo y atraería oposición tanto en el país
como en Africa. Sin embargo, es probable que
Washington proporcione a Nigeria y a otras naciones
amistosas formas indirectas de apoyo militar, como
adiestramiento, asistencia técnica y transferencia de
armamento de baja tecnología. 
... Y AMÉRICA LATINA El gobierno de Bush también
proyecta un incremento significativo en las
importaciones petroleras de México, Brasil y los
países andinos. Ya obtiene de América Latina buena
parte de su abastecimiento petrolero -Venezuela es el
tercer proveedor de petróleo a Estados Unidos (después
de Canadá y Arabia Saudita), México es el cuarto y
Colombia el séptimo-, y Washington planea depender aún
más de la región en el futuro. De acuerdo con Spencer
Abraham, secretario de Energía, "el presidente Bush
reconoce no sólo la necesidad de un incremento en el
suministro de energía, sino también el papel crucial
que tendrá el hemisferio en la política energética del
gobierno". 
Al presentar estos planes a los gobiernos de la
región, los funcionarios estadounidenses ponen énfasis
en su deseo de establecer un marco de cooperación
mutua para el desarrollo de energía. 
"Nos proponemos subrayar el enorme potencial de una
mayor cooperación regional energética en el futuro",
señaló Abraham durante la quinta Conferencia
Ministerial de Iniciativa Energética, realizada en
México el 8 de marzo de 2001. 
"Nuestro objetivo es construir relaciones entre
nuestros vecinos que contribuyan a nuestra seguridad
energética compartida, que conduzcan a un acceso
adecuado, confiable, ambientalmente sano y costeable a
la energía." Por sinceros que hayan sido, esos
comentarios pasaron por alto la realidad fundamental
de que El plan energético de Bush pone énfasis en la
adquisición de petróleo adicional de México y
Venezuela. "México es una fuente destacada y confiable
de petróleo importado", indica el PNE. 
"Sus grandes reservas básicas, aproximadamente 25 por
ciento mayores que nuestras reservas probadas, hacen
de México una fuente probable de producción petrolera
incrementada en la próxima década." Venezuela es
crucial para Estados Unidos porque posee vastas
reservas de crudo convencional (sólo eclipsadas por
las de Irán, Irak, Kuwait, Arabia Saudita y los EAU) y
porque alberga importantes reservas del llamado crudo
pesado, que puede ser convertido en petróleo
convencional mediante un costoso proceso de
refinación. Según el PNE, "el éxito logrado por
Venezuela en volver comercialmente redituables sus
depósitos de petróleo pesado sugiere que contribuirá
en forma sustancial a la diversidad de la oferta
global de energía, y a nuestra propia mezcla de
abastecimiento energético a mediano o largo plazo". 
Sin embargo, los intentos estadounidenses de recibir
abundantes suministros energéticos de México y
Venezuela se encontrarán con una dificultad
importante, porque ambos países han colocado sus
reservas de energía bajo control estatal y establecido
fuertes barreras legales y constitucionales a la
participación extranjera en la producción nacional.
Por lo tanto, si bien pueden tratar de capitalizar los
beneficios económicos de un aumento de exportaciones a
Estados Unidos, también es probable que se resistan a
la participación de firmas de ese país en sus
industrias del ramo, y a cualquier incremento
apresurado de su extracción petrolera. Esta
resistencia provocará sin duda frustración en los
funcionarios de Washington, que andan detrás
precisamente de ese tipo de participación. Por lo
tanto, el PNE llama a los secretarios de Comercio,
Energía y Estado a cabildear con sus contrapartes
latinoamericanos para que eliminen o atenúen las
barreras a una creciente inversión petrolera
estadounidense. Es probable que estos esfuerzos se
vuelvan asunto de importancia en las relaciones de
Estados Unidos con esos dos países. 
Las consideraciones energéticas también formarán parte
de las relaciones de Estados Unidos con Colombia. Si
bien se le conoce en el país norteamericano sobre todo
por su papel en el tráfico ilícito de drogas, es
también un productor importante de petróleo y podría
tener un papel más prometedor en los planes
energéticos estadounidenses. Sin embargo, los intentos
de incrementar la producción petrolera colombiana se
han visto entorpecidos por constantes ataques a
instalaciones y ductos petroleros cometidos por grupos
guerrilleros. Con el argumento de que esos grupos
brindan protección a los traficantes de drogas,
Estados Unidos, dentro del Plan Colombia, asesora a la
policía y al ejército de ese país en sus esfuerzos por
suprimir a las guerillas. En ningún momento
Washington ha ligado explícitamente esos esfuerzos con
sus políticas energéticas, pero sus funcionarios sin
duda creen que una reducción sustancial de la
actividad guerrillera permitirá un eventual incremento
en la producción de crudo. 
LAS IMPLICACIONES El panorama anterior permite
formarse una impresión anticipada de lo que los
funcionarios estadounidenses tendrán que llevar a cabo
en los próximos años para que Estados Unidos continúe
contando con petróleo importado para dar energía a sus
industrias, calor a sus hogares y combustible a sus
vehículos. No puede incrementar su consumo de petróleo
extranjero en 50 por ciento, como demanda el plan
energético de Bush, sin inmiscuirse en los asuntos
políticos, económicos y militares de los estados de
los cuales se prevé que fluirá todo ese petróleo. Esta
injerencia puede adoptar formas diplomáticas en la
mayoría de los casos, pero también implicará a menudo
acción militar. 
Es posible que el Congreso y los ciudadanos
estadounidenses estén de acuerdo en que estos
esfuerzos son necesarios para asegurar un flujo
constante de energía. Cierto, ha habido algunos signos
de disentimiento, pero la mayoría de discusiones sobre
el plan energético de la Casa Blanca se han
concentrado en las consecuencias internas, no en las
internacionales. Por desgracia, eso oscurece algunas
ramificaciones importantes del plan. Ha habido pocos
comentarios, por ejemplo, sobre el aumento potencial
de acciones militares implícito en la nueva política.
Hacer caso omiso de esas consideraciones puede
resultar peligroso. Teniendo en mente el interés de
forjar un plan energético sensato y costeable, el
Congreso debe emprender un examen minucioso y de largo
alcance sobre las implicaciones que la estrategia
energética propuesta por el Ejecutivo tiene para la
política exterior. 

© Current History
Michael T. Klare es profesor de estudios de paz y
seguridad mundial en el Colegio Hampshire y autor de
Resource Wars: The New Landscape of Global Conflict
(Guerras de recursos: el nuevo panorama de conflicto
global). Nueva York, Metropolitan Books, 2001. 

Notas:
Departamento de Energía de Estados Unidos: Annual
Energy Outlook 2002 (Perspectiva energética anual
2002). Puede consultarse en
htttp://www.era.doe.gov/oiaf.aeo. Salvo indicación en
contrario, todas las estadísticas energéticas citadas
en este artículo se derivan de documentos del informe
National Energy Policy (Política energética nacional),
emitido por la Casa Blanca el 17 de mayo de 2001. 
2 BP Arnoco: Statistical Review of World Energy
(Revisión estadística de la energía mundial), junio de
2000. 
3 Ver detalles en Michael Klare: Resource Wars
(Guerras de recursos), Nueva York, Metropolitan
Brinks, 2001), capítulo 3. 
4 Departamento de Energía: International Energy
Outlook (Panorama internacional de energía) 2001,
tabla D1. 
5 Departamento de Energía: Caspian Sea Region (Región
del mar Caspio), julio de 2001. Puede consultarse en
http.//www.ria.doe.gov/cabs/caspian.html. 
6 Véanse antecedentes de estos esfuerzos en Klare, op.
cit., capítulo 4. 
7 Departamento de Energía: International Energy
Outlook 2001, tabla D1. 
8 Departamento de Energía de Estados Unidos: Annual
Energy Outlook 2002 (Perspectiva energética anual
2002). Puede consultarse en
htttp://www.era.doe.gov/oiaf.aeo. Salvo indicación en
contrario, todas las estadísticas energéticas citadas
en este artículo se derivan de documentos del informe
National Energy Policy (Política energética nacional),
emitido por la Casa Blanca el 17 de mayo de 2001. 
9 BP Arnoco: Statistical Review of World Energy
(Revisión estadística de la energía mundial), junio de
2000. 
10 Ver detalles en Michael Klare: Resource Wars
(Guerras de recursos), Nueva York, Metropolitan
Brinks, 2001), capítulo 3. 
11 Departamento de Energía: International Energy
Outlook (Panorama internacional de energía) 2001,
tabla D1. 
12 Departamento de Energía: Caspian Sea Region (Región
del mar Caspio), julio de 2001. Puede consultarse en
http.//www.ria.doe.gov/cabs/caspian.html. 
13 Véanse antecedentes de estos esfuerzos en Klare,
op. cit., capítulo 4. 
14 Departamento de Energía: International Energy
Outlook 2001, tabla D1. 



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