Miercoles, 15 de junio de 2005
(URMA).- La movilización de los explotados tiene la virtud de descomponer el aparato estatal burgués. Está presente la posibilidad de la revolución y de la contrarrevolución. El secreto radica en ganar tiempo para profundizar cada vez más las movilizaciones y generalizarlas a todo el país.
La lucha de clases es una guerra a muerte donde se plantea la derrota de uno de los contendientes y la victoria del otro o simplemente la postergación de la definición del conflicto en un empate coyuntural.
La misma dinámica de la lucha de clases, de manera natural, tiende a polarizar el país entre la revolución y la contrarrevolución. La primera, por acabar con la gran propiedad privada de los medios de producción encarnada en las transnacionales y la clase dominante parasitaria boliviana; la contrarrevolución encarnada en las transnacionales, la clase dominante atrincherada en la confederación de empresarios privados, las logias orientales y sus satélites reformistas que hacen esfuerzos por desviar la lucha de las masas detrás de objetivos francamente distraccionistas.
Los actores de la contradicción fundamental en esta lucha de clases están en apronte, cada cual calculando el momento propicio para emprender el ataque. ¿Cuál tomará la iniciativa? Eso depende de las circunstancias concretas en que se desarrolla la lucha de clases.
Lo importante es comprender que las posibilidades de la revolución o de la contrarrevolución están presentes. Para los explotados, el problema del poder ahora es real y discuten apasionadamente sobre los caminos que deben recorrer para aplastar el aparato estatal burgués y, por su parte, el imperialismo y la clase dominante preparan sus trincheras para defender sus intereses materiales y perpetuar el orden social.
Ahora, el problema central para la clase dominante radica en cómo parar la movilización de los explotados. Usando el poder que concentra en sus manos -el Estado, la prensa, los politólogos bien pagados, sus peones reformistas, etc.--, ha intentado desviar a los combatientes detrás de la constituyente y ha fracasado. ¿Qué le queda? ¿La sucesión constitucional apoyada en las bayonetas y la metralla con el San Benito de la defensa de la democracia? o ¿un franco golpe de Estado cruento para ahogar en sangre a los movilizados? Todo dependerá de si todavía está en condiciones de hacerlo. Se está montando toda una tramoya mediática a la cabeza del clero para fabricar una cumbre social con la finalidad de contener las medidas de presión.
Lo evidente es que la movilización de las masas ha tenido la virtud, hasta ahora, de provocar el inicio del desmoronamiento del Estado burgués y de minar profundamente la capacidad de fuego de la policía y del ejército (cada día son más insistentes los rumores de un profundo malestar en las fuerzas represivas del Estado). En la medida en que los explotados radicalizan sus movilizaciones, en relación inversa, se debilitan los aparatos represivos del Estado burgués. El secreto en la presente coyuntura radica en ganar el tiempo para profundizar más y más las movilizaciones y generalizarlas a todo el país para descomponer todavía más el aparato estatal burgués que ya se encuentra bastante maltrecho.
Estamos ante un vacío de poder
La movilización de los explotados ha llegado a tal punto que pone en evidencia el desmoronamiento de un Estado que ya estaba agotado y tambaleante. El parlamento, que en el Estado burgués encarna la impostura de la representación de la "voluntad popular"; que normalmente aparece como la instancia que dicta leyes, fiscaliza al Ejecutivo, proclama y posesiona al presidente; que, como la representación del pueblo soberano, está rodeado de una aureola de solemnidad casi etérea, etc., se muestra en toda su ridícula miseria huyendo en un micro, al amparo de las sombras de la noche y de un carro Neptuno para que la muchedumbre no rompa los huesos de los parlamentarios a palos.
¿Quién espera algo de ese parlamento de bribones? A la gente le importa poco que sesione en La Paz o en Sucre y que apruebe o no leyes. Simplemente ese parlamento ha dejado de tener importancia y su aspiración es cerrar el local del Congreso y echar a punta pies a los bribones que alberga.
Cuando Carlos Mesa desesperado por contener la furia de los explotados en las calles promulgó dos decretos convocando al referéndum autonómico y a la asamblea constituyente, nadie le dio importancia. En el Occidente reclamaban la nacionalización de los hidrocarburos y en el Oriente lo acusaban de violar la Constitución para concluir señalando que sus decretos son ilegales.
En el último conflicto fue tan evidente el desmoronamiento del Estado que, uno a uno, huyeron despavoridos los ministros de Estado argumentando sus discrepancias con la política que imprimía el gobierno.
La situación excepcional que vivimos, típica de una situación revolucionaria que se caracteriza por el desmoronamiento del aparato estatal burgués y por la presencia en las calles de los explotados cuestionando a la autoridad, pone a la orden del día el problema del poder. Como pocas veces ha ocurrido, la captura del poder político por los explotados está al alcance de las manos.