Hace un par de meses, un trío de jueces chilenos resolvió absolver de culpa a dos reconocidos dirigentes mapuches y una colaboradora del movimiento acusados de terrorismo. En los hechos, a los tres se les sindicaba como autores del incendio de la casa patronal de un fundo en la comuna de Traiguén, entre otra serie de sabotages y delitos.
Sin embargo y, a pesar de las campañas del terror y de las presiones que diversos sectores abiertamente opositores a las reivindicaciones mapuches realizaron a diario, los magistrados estimaron que no existían pruebas suficientes que ameritaran su condena y, por tanto, resolvieron dejarlos en libertad sin cargos.
Tal decisión no pasó desapercibida para nadie. Para los mapuches, se trataba de una de las primeras victorias en los tribunales chilenos, todos o la mayoría de ellos abiertamente discriminadores y reconocidamente más cercanos al concepto de legalidad que al de justicia. En una larga historia de reveses judiciales, el sorpresivo fallo fue visto por muchos como una pequeña luz de esperanza al final de un interminable túnel de abusos y atropellos. Se pensó en una esperada reparación histórica, no pocos lo interpretaron como una especie de mea culpa, un acto de reivindicación judicial, argumentaron otros, posible de transformarse en un poderoso precedente para otros tribunales encargados también del actual enjuiciamiento masivo de comuneros mapuches.
Para los empresarios, sin embargo, el falló representó un duro golpe bajo. Juan Agustín Figueroa, abogado de prestigio y uno de los afectados, llegó a declarar que tal decisión no dejaba más camino para ellos que la autodefensa patronal y armada en contra los "violentistas" mapuches. Por cierto, sus declaraciones no correspondieron al Figueroa miembro del Tribunal Constitucional y reconocido por su apego irrestricto a las normas del estado de derecho. Era más bien el alegato visceral del Figueroa patrón de fundo y fiel representante de aquellos tantos terratenientes que se negaban a reconocer, en otros tiempos y ante los tristemente célebres Juzgados de Indios, aquella excéntrica idea de los ciudadanos iguales ante la ley.
La visión fatalista de Figueroa, por cierto, no sería la minoritaria. Para muchos miembros de aquellos sectores donde habitualmente y casi de manera exclusiva se distribuye el poder en Chile, que dos campesinos mapuches hubiesen logrado derrotar en los tribunales y de manera limpia a un influyente patrón de fundo representaba un verdadero peligro. Un hecho impresentable. Una vergüenza para los tribunales. Una violación flagrante de las reglas del juego democrático escritas por ellos mismos. En definitiva, un gravísimo error a enmendar y ojalá lo más pronto posible para bienestar de todos aquellos insignes ciudadanos afectados de sobremanera por la noticia.
Roberto Matta, consultado a mediados de los años ochenta sobre las causas que posibilitaron el golpe militar en Chile, respondió que se trataba simplemente del síndrome de la Guerra de Arauco. Para el destacado e irónico pintor exiliado en Francia, la historia de Chile desde los lejanos tiempos de la Colonia, bien podía ser resumida en un solo gran objetivo estratégico y de sobrevivencia: "Que los indios no crucen la frontera del Bio-Bio". Para Matta, el año 1970, con la llegada de los sectores populares al poder y el triunfo de Salvador Allende en las elecciones presidenciales, los indios simplemente habían cruzado la frontera del Bio-Bio. De allí la persecución, el exilio, la tortura y el asesinato de miles de chilenos, sólo para que los sectores oligárquicos restaurasen el orden aparentemente extraviado en manos de aquellos "indios" sin Dios ni Ley.
Para muchos, el triunfo de los dirigentes mapuches frente a Figueroa en los tribunales de justicia chilenos el pasado mes de abril representó simplemente la misma y trágica metáfora descrita por Matta. "Estamos ante un grave error histórico", señaló el propio Agustín Figueroa poco después de conocido aquel histórico fallo. Para el ex ministro, algo en verdad no estaba funcionando bien en un sistema judicial que desde siempre había avanzado de la mano con los poderosos al interior del territorio mapuche. Ya lo han escrito historiadores y cronistas. Los militares asesinando, los colonos repoblando y la justicia legitimando con sus ordenanzas y decretos el derecho de los usurpadores sobre aquello anteriormente despojado a los indígenas a sangre y fuego.
De ahí entonces el reciente fallo de la Corte Suprema de Justicia, anulando el primer jucio que los declaraba inocentes y regresando a los dirigentes mapuches al lugar desde donde para muchos nunca debieron salir. Es decir, nuevamente al banquillo de los acusados. Muy al sur del río Bio-Bio, como diría Matta.
Pedro Cayuqueo es Periodista.
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