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Estados Unidos ha promovido y promueve, con apoyo político, financiero y asistencia sobre el terreno, las nuevas «revoluciones» que hoy en día se dan en el planeta. De Serbia a Kirguizistán, pasando por Serbia, Ucrania o Líbano, el mapa se ha llenado de coloridas revueltas, «naranjas», de «terciopelo», de «tulipanes». Todas ellas estudiadas al milímetro, unas más exitosas que otras, pero que se ejecutan siguiendo un guión que se repite prácticamente de forma invariable.
Sin embargo, la caída de Lucio Gutiérrez en Ecuador no ha seguido los habituales patrones establecidos por los nuevos «revolucionarios». A Ecuador no han llegado legiones de ONG de pomposos nombres para coordinar a los diferentes actores y agitar a las masas en procesos que siempre se producen de forma «espontánea», así lo suelen destacar. No. Los ecuatorianos no necesitaban de agitadores adoctrinados principalmente por Washington para entender que la estafa, política y económica, no podía continuar. Y es que la rebelión de los «forajidos» término que utilizó el propio Gutiérrez para referirse a los manifestantes no figuraba en el guión que Estados Unidos ha elaborado para «promover la democracia en el mundo».
Gutiérrez, como él mismo aseguró poco después de asumir la presidencia, quería ser uno de los «mejores aliados de EEUU», y ésa fue quizás la única promesa que cumplió el ahora defenestrado mandatario: plegarse siempre a los intereses de Washington.
La rebelión de los «forajidos» también ha abierto un debate entre la clase política sobre los riesgos para la «democracia» de este tipo de salidas convulsas, que nunca son del agrado de los políticos profesionales, más dados a seguir las «reglas del juego democrático», claro está, dependiendo de a quién beneficie el «juego». De esto sabe mucho Estados Unidos.
Por cierto, atención al próximo «juego» que se anuncia en Bielorrusia para derrocar a Lukashenko. Rice ya ha dado su visto bueno a los planes de la oposición contra el presidente.