Date: Mon, 22 Apr 2002
De las piedras de David a los tanques de Goliat
De las piedras de David a los tanques de Goliat
José Saramago
El Universal
Viaje a Palestina del Parlamento de escritores
Afirman algunas autoridades en temas bíblicos que el
Primer Libro de Samuel se escribió en la época de
Salomón o inmediatamente después; en cualquier caso,
antes del cautiverio en Babilonia. Otros estudiosos no
menos competentes afirman que no sólo el Primero sino
también el Segundo Libro de Samuel se redactaron
después del exilio de Babilonia, y que su composición
obedece a lo que la estructura
histórico-político-religiosa denomina esquema
deuteronomista, es decir, sucesivamente, la alianza de
Dios con su pueblo, la infidelidad de ese pueblo, el
castigo de Dios, la súplica del pueblo, el perdón de
Dios.
Si el venerable texto procede de la época de Salomón,
podemos decir que sobre él han pasado hasta hoy, en
números redondos, unos 3 mil años. Si los redactores
llevaron a cabo su trabajo después de que los judíos
regresaran del exilio, entonces hay que restar a ese
número unos 500 años, mes más, mes menos.
Esta preocupación por el rigor temporal tiene como
único propósito proponer a la comprensión del lector
la idea de que la famosa leyenda bíblica del combate
entre el pequeño pastor David y el gigante filisteo
Goliat (que no llegó a producirse) se cuenta
equivocadamente a los niños, por lo menos, desde hace
25 o 30 siglos. A lo largo del tiempo, las diversas
partes interesadas en el asunto han ido elaborando,
con la conformidad acrítica de más de 100 generaciones
de creyentes, tanto hebreos como cristianos, toda una
engañosa mistificación sobre la desigualdad de fuerzas
que había entre los brutales cuatro metros de altura
de Goliat y la frágil complexión física del rubio y
delicado David.
Dicha desigualdad, enorme según todas las apariencias,
quedaba compensada e invertida a favor del israelita
gracias a que David era un muchacho astuto, y Goliat,
una estúpida masa de carne; tan astuto era el primero
que, antes de ir a enfrentarse al filisteo, encontró
en la orilla de un riachuelo que había por allí cerca
cinco piedras lisas, que metió en la alforja; tan
estúpido el otro, que no se dio cuenta de que David
llegaba armado con una pistola. Que no era una
pistola, protestarán, indignados, los amantes de las
verdades míticas soberanas, que era simplemente una
honda, una humildísima honda de pastor, como las que
habían utilizado en tiempos inmemoriales los criados
que tenía Abraham para cuidar el ganado.
Es verdad, no parecía una pistola, no tenía cañón, no
tenía culata, no tenía gatillo, no tenía cartuchos; lo
que tenía eran dos cuerdas finas y resistentes, atadas
por los extremos a un pequeño pedazo de cuero
flexible, en cuyo hueco la mano experta de David
colocó la piedra que, desde lejos, partió veloz y
poderosa como una bala contra la cabeza de Goliat, le
derribó y le dejó a merced del filo de su propia
espada, que ya empuñaba el diestro tirador.
Si el israelita consiguió matar al filisteo y dar la
victoria al Ejército de Dios vivo y de Samuel, no fue
por ser más astuto, sino simplemente porque llevaba
consigo un arma de largo alcance y sabía manejarla. La
verdad histórica, modesta y nada imaginativa, se
conforma con enseñarnos que Goliat no tuvo ni siquiera
la posibilidad de poner las manos encima de David; la
verdad mítica, insigne fabricante de fantasías, nos
embaucó hace 30 siglos con el maravilloso cuento del
triunfo de un pequeño pastor sobre la brutalidad de un
guerrero gigantesco al que, al final, de nada sirvió
el pesado bronce del casco, la coraza, las
espinilleras y el escudo. Sea cual sea la conclusión
que podamos sacar del desarrollo de este edificante
episodio, David, en las numerosas batallas que le
convirtieron en rey de Judá y Jerusalén y extendieron
su poder hasta la margen derecha del Eufrates, no
volvió a usar la honda ni las piedras.
Tampoco las usa ahora. En los últimos 50 años han
crecido hasta tal punto las fuerzas y la dimensión de
David, que ya no es posible ver y reconocer
diferencias entre él y el altivo gigante; incluso
puede decirse, sin ofender la deslumbrante claridad de
los hechos, que se ha convertido en un nuevo Goliat.
David, hoy, es Goliat, pero un Goliat que ya no carga
con armas de bronce inútiles y pesadas.
Aquel rubio David de antaño, sobrevuela en helicóptero
las tierras palestinas ocupadas y dispara misiles
contra inocentes desarmados, aquel delicado David de
otrora tripula los tanques más poderosos del mundo y
aplasta y revienta todo lo que encuentra a su paso,
aquel David lírico que cantaba loas a Betsabé,
encarnado ahora en la figura gargantuesca de un
criminal de guerra llamado Ariel Sharon, lanza el
"poético" mensaje de que primero es preciso acabar con
los palestinos para después negociar con los que
queden.
En pocas palabras, en esto es en lo que, con ligeras
variaciones tácticas, consiste desde 1948 la
estrategia política israelí. Intoxicados mentalmente
por la idea mesiánica de un Gran Israel que fin
realidad los sueños expansionistas del sionismo más
radical, contaminados por la monstruosa y arraigada
"certeza" de que en este mundo catastrófico y absurdo
existe un pueblo elegido de Dios y que, por tanto,
están automáticamente justificadas y autorizadas, en
nombre de los horrores del pasado y de los miedos de
hoy, las acciones nacidas de un racismo obsesivo,
psicológica y patológicamente exclusivista, educados y
formados en la idea de que cualquier sufrimiento que
hayan infligido, inflijan o vayan a infligir a los
demás, especialmente a los palestinos, siempre será
inferior a los que ellos padecieron en el Holocausto,
los judíos arañan sin cesar su herida para que no deje
de sangrar, para hacerla incurable, y la muestran al
mundo como una bandera.
Israel se adueña de las terribles palabras de Dios en
el Deuteronomio: "Míos son la venganza y el pago".
Israel quiere que todos nosotros nos sintamos
culpables, directa o indirectamente, de los horrores
del Holocausto; Israel quiere que renunciemos al más
elemental juicio crítico y nos transformemos en un eco
dócil de su voluntad; Israel quiere que reconozcamos
de iure lo que, para ellos, es ya un ejercicio de
facto: la impunidad absoluta.
Desde el punto de vista de los judíos, Israel no podrá
ser sometido a juicio, porque fue torturado, gaseado e
incinerado en Auschwitz. Me pregunto si aquellos
judíos que murieron en los campos de concentración
nazis, los que fueron perseguidos a lo largo de la
historia, los que murieron en los pogromos, los que
quedaron olvidados en los guetos, me pregunto si esa
inmensa multitud de desgraciados no sentiría vergüenza
al ver los actos infames que cometen sus
descendientes. Me pregunto si el haber sufrido tanto
no sería el mejor motivo para no hacer sufrir a los
demás.
Las piedras de David han cambiado de manos, ahora son
los palestinos los que las arrojan. Goliat está al
otro lado, armado y equipado como nunca lo ha estado
soldado alguno en la historia de las guerras, aparte,
claro está, del amigo estadounidense. Ah, sí, las
horrendas matanzas de civiles causadas por los
llamados terroristas suicidas... Horrendas, sí, sin
duda; condenables, sí, sin duda, pero a Israel le
queda aún mucho que aprender si no es capaz de
entender las razones que pueden llevar a un ser humano
a transformarse en una bomba.
José Saramago es escritor portugués, premio Nobel de
Literatura de 1998.
Parlamento Internacional de Escritores.
Israel quiere que reconozcamos de iure lo que, para
ellos, es un ejercicio de facto: la impunidad absoluta
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